Ocurre después de que líderes del movimiento reclamaran un cambio en la dirección del movimiento y de que el expresidente Rafael Correa negara la existencia de una crisis interna.
El correísmo insiste en que no hay crisis, niega las fracturas, desacredita a quienes piden renovación y se aferra a una narrativa que ya no se sostiene frente a los hechos, su bloque legislativo es un ejemplo de ello: minimiza las discrepancias pese a haber perdido cinco legisladores, dice que son normales las diferencias, mientras las señales de desgaste son cada vez más evidentes.
En un intento por mostrar cercanía con las bases, Luisa González, la cuestionada directora del movimiento, organizó una reunión con militantes en Canuto, su tierra natal, que nadie diga entonces que ella no dialoga.
Allí llamó traidores a los asambleístas que hoy votan con el oficialismo y dijo que hay quienes buscan apropiarse del partido para impulsar una “oposición acordada”.
No dijo a quienes se refería, pero algunos interpretan que en ese conjunto podrían estar algunos o todos los firmantes de la carta que remitieron a Rafael Correa pidiendo su salida de la dirección del movimiento.
Movimiento que se pronunció en respaldo al alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, de quien dijeron es blanco de una persecución política disfrazada de procedimiento administrativo, procedimiento que lleva adelante la Prefectura del Guayas por disposición del Ministerio de Ambiente, logrando que se enfrenten Marcela Aguiñaga con Álvarez.
En medio de este escenario, se anuncia una convención nacional en noviembre para “refrescar los cuadros directivos”, una reacción que se advierte como un intento de control de daños ante un descontento interno que crece.
No está claro, todavía, el efecto que provocará en el movimiento la Defensa Pública de Rafael Correa a Nicolás Maduro, a quien calificó de “bondadoso, bueno y pacífico”, ignorando el consenso internacional que lo reconoce como dictador.
El correísmo está en su momento más alto de negación: lo evidente le resulta extraño, desacredita las voces críticas y se aferra a una estructura que muestra signos claros de agotamiento.